A veces no
entiendo a quienes no aprecian el valor de las palabras, de su significado, de
la forma en que acarician el paladar cuando las pronuncias y se deslizan para
llevar un mensaje o ruedan por tus dedos hacia el papel donde se harán
permanentes, del poder para cambiar una vida.
A veces no entiendo
a la gente que no disfruta el placer de la lectura, que lanzan miradas de
desdén porque no saben sentir respirar al libro, que confunde el solaz del
lector con el escapismo del ingenuo, que se pierde ese íntimo goce de ampliar
el mundo por dentro y por fuera.
A veces no
entiendo por qué aparece un libro, de repente, que te provoca un ramalazo de
amor, ese amor profundo que te sacude y te vuelve del revés, ese amor puro que
simplemente te hunde en el extasío. Ocurre, sin más, y lo único que puedes
hacer es dejarte arrastrar por él.
Puedo
entender que un día te azote la conciencia de tus limitaciones y abandones lo
que, en ese momento, ves que no llegará a puerto. Quizá eres un escritor con
cierto renombre, de cierto respeto, pero estás paseando en tu tono habitual y
una nota rompe el ritmo y te alcanza la evidencia de que no te queda nada por
decir y tu tarea ha terminado. Y buscas otra forma de expresarte. Y tu vida
cambia. Eso puedo entenderlo.
Puedo
entender la simple belleza de intentar aprehender la vida, de aprenderla
también, de intentar controlar el desorden de las piezas que va dejando a tu
alrededor y buscar tu figura en algún lugar de ellas, encajada entre otras
figuras, y contornearla y distinguirla entre todas las demás, darle el volumen
adecuado para que ocupe el sitio que le corresponde. Eso puedo entenderlo.
Puedo
entender a Jasper Gwyn, extravagante y lúcido, y su búsqueda de la expresión
más limpia de lo esencial. Puedo entenderlo y puedo amarlo, sacudida,
extasiada, perdida para siempre en un retrato pintado con palabras. Soy letra,
soy imagen, soy una historia.
Lo que no
puedo entender es por qué he tardado tanto en leer de nuevo a Baricco. Quizá
tenía miedo de no reencontrar la sensación luminosa de aquella belleza que me
deslumbró en “Seda”. Ese miedo que a veces nos invade después de la emoción
intensa, cuando sientes que no la podrás recuperar. Habrá otras emociones igual
de intensas, tal vez más, pero ya no será esa misma. Eso, la desazón, también
puedo entenderlo.
Puedo
entender que no existe la perfección sino simples espejismos que se le
asemejan, que es sólo un ideal al que aspirar y, por el camino, ir creando
sombras, imágenes, incluso réplicas que parecen trascender su condición de
imperfectas y casi rozan la utopía. Atrapan la luz y se visten con ella. Y tú
te arropas en sus pliegues, maravillada.
Puedo
entender el abrigo que ofrecen las palabras cuando son las que, en ese preciso
instante, se necesita escuchar, o leer, o abrazar. Y el sentimiento rampante
ante lo novedoso, y la conmoción ante lo mágico, y el colapso ante lo eterno.
Sufrí el síndrome de Stendhal; ese desplomarse de la realidad frente a la
inmortalidad de la belleza, ese sentir absurdo pero inexorable, y lo entiendo.
Puedo
entender el flechazo, la atracción inmediata por algo que, quizá sólo en tu
inconsciente, reconoces. Enamorarte sin atender a razones de lo que te ha
ganado el corazón, no importa por qué motivos. Caer rendida ante la expresión
tangible de esa idea que se asoma al balcón de tu pensamiento, mantenida
siempre en la penumbra, expectante. Temblar como una niña ante su primer beso.
No necesito
entender todo para seguir viviendo cada día, aunque a veces me gustaría
entenderme a mí misma. Puede que esa sea la razón que impulsa a Jasper Gwyn a
abandonar la vida que tenía y emprender esa exploración íntima tan minuciosa,
tan abrumadora. Y, al entenderse a sí mismo, comienzan a entenderlo quienes lo
rodean.
Gracias,
Alessandro, por este regalo de presentarme a Jasper Gwyn y dejarme amarlo.
Gracias por el resto de personajes tan vivos que podía tocarlos. Gracias por
esta historia que abre las puertas a otras historias que seguiré. Gracias por
esta escritura tersa como las caricias del enamorado. Gracias por la concisión
y la elegancia cuando cuentas en voz baja, al oído. Gracias por llevarme de Regent’s Park a una
noche de estrellas en Dinamarca. Gracias por quedarte en el paisaje de mi mente.
«Todos somos una página de un
libro, pero de un libro que nadie ha escrito nunca y que en vano buscamos en las
estanterías de nuestra mente.»
Este es de esos libros que me hacen creer que no puedo volver a
escribir.
Este es de
esos libros que me hacen sentir que no puedo dejar de escribir.
Mr. Gwyn. Alessandro Baricco.
Editorial
Anagrama, 2012.
Edición
original: Mr. Gwyn (Giangiacomo
Feltrinelli, 2011)
Traducción: Xavier
González Rovira
De interés
añadido: el descrifrado del texto que forma la huella de la portada.
«No somos personajes,
somos historias.»