A las siete de la mañana, sentada en la terraza sombría de
la cafetería del pasadizo, sola y encerrada en sí misma como una mónada, una
mujer fuma.
Aspira el humo del cigarrillo con tal intensidad que parece
hincharse con él. Como si necesitara llenarse de algo cálido, por muy
evanescente que sea.
Ojos grandes, algo hundidos, y en las marcadas ojeras un
rastro de rímel o de khol, que
parecen decir a gritos que no ha dormido, que quizá ni siquiera ha pasado por
su casa. El desaliño se extiende al desorden del pelo oscuro, recogido en una
coleta sin mucho garbo. La cazadora abierta pese al frío matutino. Y esa
expresión de que nada le importa, solo el acto de estar fumando, de esa única
conciencia momentánea de existir por sí misma.
Muy buen relato... Me ha hecho sentirme como esa mujer que fuma e inventarme el resto de la historia.
ResponderEliminarBesos
Un buen comienzo. Pero... ahora quiero saber más. Abrazos.
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