¿No os ocurre a vosotros, a veces, que sólo con un vistazo a un título o
una portada la mente se os llena de imágenes evocadoras? Y una especie de
vocecilla sorda murmura desde algún recoveco: "éste, éste, coge
éste"… Hay un encanto especial en la combinación de ciertas palabras, que
encajan como las piezas de un minucioso engranaje y te atraen de forma
irremediable hacia ellas. Escritores y editores lo saben bien y lo aprovechan,
en ocasiones, para captar la atención. Cuánto talento tienen algunos para
elegir títulos llamativos... y cómo nos decepciona el contenido, a veces,
después de habernos embrujado por fuera.
Seguro que os ha pasado. Te quedas fascinada mirando esa cubierta
verdegrís con un sauce llorón de trazos impresionistas que se fusiona con una
corriente plateada bajo la cual lees en un verde más musgoso, algo desdibujado:
"Mira mi alma, un remanso de lágrimas"; o aquella otra, más
minimalista, en la que las letras de un blanco perlado con tipografía
posmoderna parecen relucir sobre el fondo azul noche como estrellas
desmadradas: "Pálpito". Y, si te entretienes en ojear la
contraportada o la solapa, en la sinopsis o los extractos de las críticas lo
rematan: <<Con la lírica prosa de un haiku, Kata Marana esboza una bella
historia de amor y desdicha>>, <<Si te gustó "La dulce
fragancia de los naranjos en flor bajo el rocío del alba", disfrutarás con
esta poética novela>>, <<Tu corazón llorará y cantará con esta
historia que no podrás olvidar>>, <<El descubrimiento de un nuevo
clásico de la literatura: a caballo entre Thomas Pynchon y Phillip Roth, esta
primera novela brillará en el firmamento de los grandes autores>>,
<<La agudeza psicológica de Phylo Pony te arrastrará al abismo de lo
inexpugnable>>... Y la tentación deviene en pecado inevitable: te lo
llevas. Luego, como es lógico, lo lees.
Ni
siquiera has terminado el libro cuando estás arrepintiéndote de haberte dejado
llevar por aquel entusiasmo inducido. A veces, incluso te golpeas la cabeza
contra la pared durante el primer capítulo. Es puro bluf. Mucho glaseado en la
cobertura y un pastel inconsistente debajo. La vida del joven Kai, que lucha
desde su infancia por obtener el cariño y la aprobación de su desapegada madre,
que no se recuperó nunca de la depresión pos-parto diecisiete años atrás, te
trae francamente al pairo; sobre todo porque, tal como anunciaba la reseña,
está esbozada apenas. Si hay alma, no está en esta novela. Y la odisea interior
de un viejo investigador periodístico que, en la búsqueda de su juventud
perdida, rememora sus andanzas tragicómicas te deja más fría que un filete de
panga congelado. ¿Flujo de pensamiento? ¡Eso es incontinencia en cascada y te
estás ahogando! Así que decides no volver a caer en el engaño de lo
superficial.... aunque sabes que caerás. Sí. Volverás a hacerlo.
Bien,
de acuerdo, no siempre es así. En ocasiones el libro cumple sus promesas, con
mayor o menor holgura, y la decepción no es tanta o no hay ninguna. Cuando los
deberes están hechos, sobre todo si están bien hechos, un título seductor te
lleva a un comienzo que te engancha y acabas abrazada a la historia como un
Shiva de seis brazos, sintiendo que las palabras te están haciendo el amor.
Entonces, merece la pena.
"Reflejos
en un ojo dorado", "La balada del Café Triste", "Viaje al
fin de la noche", "En busca del tiempo perdido", "Una
temporada en el infierno", "Mientras agonizo", "El poder y
la gloria", "Un tranvía llamado deseo" o, incluso, "Mi
familia y otros animales" siembran en tu mente una idea más o menos vaga
de lo que encontrarás dentro de esas tapas. Se me está ocurriendo un juego,
quizá dos:
1) Títulos de libros que te hayan fascinado (¿por qué?) y: a) si ha cumplido
las expectativas o no y b) qué esperábais.
2) Títulos ficticios para libros imaginarios, lo cual se puede hacer: a)
primero se escribe el título y luego se recrea el argumento, o b) tras inventar
la historia se le da título.
También
son prometedoras (o atolondradamente falsas) las primeras frases de los libros.
Ya sabéis. Después de haber dejado atrás el título, la dedicatoria, algún preámbulo
ensalzador de la obra y, quizá, alguna cita que al autor le inspiró (o que no
tiene absolutamente nada que ver, lo cual no es un caso raro), pasas la página
y, transida de expectación, te vuelcas en el verdadero inicio de la lectura:
<<El verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que estaba
hecha de carne y sangre>>.
Y entonces te detienes, durante un instante, mientras tu mente paladea la frase
y decide cómo continuará adelante, dispuesta a empaparse de las palabras que
alambican la historia o dejándolas resbalar sin aprecio, impávida ante su poder
de convicción más bien escaso. A veces depende de todo el primer párrafo, una
cuidada arquitectura destinada a que te refugies en su interior. De cualquier
modo, si en el primer punto y aparte no te ha agarrado por las orejas, es que
algo falla.
<<Estaba
buscando un sitio tranquilo para morir.>>, <<Anoche soñé que volvía
a Manderley.>>, <<En el pueblo había dos mudos, y siempre estaban
juntos.>>, <<Todas las familias felices se parecen unas a otras;
pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse
desgraciada.>>, <<Caía la nieve sobre la Ribera, grandes borlas
blancas que velaban las grietas en las fachadas de sus casas en ruinas
(...)>>, <<Sé sabio, oh mi dolor, y mantente más tranquilo>>. Pueden ser evocadores o crudos, sutiles o contundentes; una simple gota, una
corriente, un géiser. Pero siempre tienen que cogerte de la mano para
arrastrarte en el paseo por el resto de las páginas.
No
hace falta que tengan encajes ni bordados para resultar eficaces. Hay libros
maravillosos que empiezan de puntillas y van cogiendo carrerilla a medida que
avanzan párrafo a párrafo, capítulo a capítulo, y a veces te preguntas qué te
mordió en el cuello para desplomarte de esa manera si (rápido ajetreo de los
dedos entre las páginas para regresar a la primera) el inicio parecía una
simpleza.
<<El señor de Kellynch Hall en Somersetshire, Sir Walter Elliot, era un
hombre que no hallaba entretenimiento en la lectura salvo que se tratase de la
Crónica de los baronets.>> ¿Qué tipo de frase inicial es esa? Una de lo
más irónica, contestaría yo. Después de todo, así empieza una de las mejores
novelas de la literatura inglesa del s. XIX, "Persuasión". No hay que
fiarse de las apariencias. ¿No te lo dijo tu madre cuando eras pequeño? Pues te
lo digo ahora: es una norma básica de supervivencia. Y en cuestión de lecturas,
una regla de oro, porque en un libro nada es lo que parece.
Aquí
propondría otro juego: los inicios que te sorprendieron, te atraparon o te repelieron
y qué sucedió después... Uy, he
tenido que obligarme a parar. Si habéis llegado hasta aquí, habéis demostrado
paciencia. Regresaré a mis lecturas, enfriaré mi lengua con el hielo
de un té ruso y os dejaré pensar.
*
Notas bibliográficas:
Por si alguien tiene interés en saber o recordar, los fragmentos iniciales
citados pertenecen a las certeras plumas de Angela Carter ("La juguetería
mágica"), Paul Auster ("Mr. Vértigo"), Daphne du Maurier
("Rebeca"), Carson McCullers ("El corazón es un cazador solitario"),
Liev Tòlstoi ("Anna Karenina"), Ellen Kushner ("A punta de
espada") y Charles Baudelaire (el poema "Recogimiento", en
"Las flores del mal"). Ah, y Austen, cómo no.
Los títulos mencionados en la primera parte son obras de Carson McCullers (las dos
primeras), Ferdinand Céline, Marcel Proust, Paul Verlaine, William Faulkner,
Graham Greene, Tennesee Williams y Gerald Durrell.
Los libros vilipendiados en los primeros párrafos son absolutamente
imaginarios, igual que sus autores (a excepción de Pynchon y Roth, claro está,
nombrados sólo para dar mayor verosimilitud al sarcasmo), así que nadie puede
demandarme por injurias.
Ah, y como curiosidad, 'Primeras impresiones' es un pequeño homenaje a Jane Austen. ¿Sabéis por qué?