Hablar de amor y de
pérdida suena a romántico y a trágico (dos temas muy relacionados, dejando
aparte lo esdrújulo), pero no tiene por qué ser siempre así o, al menos, no
debería. Dejar el sentimentalismo a un lado y operar con limpieza es siempre la
mejor opción para resaltar el valor de lo tratado.
El amor y la pérdida
son elementos de la vida cotidiana con los que convivimos tan estrechamente
que, a veces, ni siquiera los apreciamos en su conjunto. Amar es algo que
hacemos (casi) sin pensar, es esa bisagra en la que basculan dos o más
personas, que los une y los separa. Es el sentimiento que comparten padres e
hijos, hermanos, amigos, amantes o efímeros compañeros de cierta clase de
comprensión. Es un estado, si no básico, al menos habitual y recurrente.
La pérdida a veces
se nos escapa entre los resquicios del pensamiento, quizá porque no queremos
enfrentarnos a ello o quizá, simplemente, porque su cotidianeidad no resalta
tanto. Y es que hay pérdidas pequeñas, inapreciables casi, como los segundos
que pasan, y solo cuando se han convertido en el largo recorrido de un mes o un
año nos volvemos conscientes de esa pérdida del tiempo, de ese pasado que no se
puede recuperar. Hay pérdidas dolorosas, como la de la confianza, y pérdidas
traumáticas, como las de los seres queridos. Pérdidas sin importancia, como la
de un mechero (salvo que tenga una carga emocional o las ganas de fumar sean
desesperadas). Pérdidas que son vacíos, como la del sueño (el plural sería
también válido). Pérdidas geográficas, quizá más filosóficas de lo que a
primera vista parece. A veces se diría que la vida es una suma de
pérdidas.
Perder es crecer, es
pasar, es avanzar lentamente hacia la pérdida más grande, la de nosotros
mismos. Mientras tanto, amamos y odiamos, perdemos y recobramos, aprendemos y
olvidamos. Porque si no lo hacemos, nada valdría la pena.
Esta ha sido la ruta de las cuatro últimas jornadas: un recorrido por el
«Libro del amor y de la pérdida
(Historias del corazón)», que a pesar de su subtítulo no trata sobre
cardiopatías ni adolece de un sentimentalismo gazmoño. La antología recoge veinte
cuentos de otras tantas escritoras, entre las que se cuentan Edith Wharton,
George Egerton, Katherine Mansfield, Virginia Woolf, Dorothy Parker y Grace
Paley. Y las autoras de los relatos siguientes:
TARDE DE DOMINGO.
Elizabeth Bowen.
Solo el título ya da
sensación de hastío, de tiempo que pasa de forma inane. Esas tardes de domingo
que se diluyen en la desidia. Pero ese hastío es aquí algo más que la sensación
perezosa de un momento: es un sello de clase. Una clase social y una clase de
gente con una perspectiva particular del mundo, de una guerra lejana a sus ojos
limitados. Una trampa en la que uno puede perderse a sí mismo.
Sobria y mordaz,
Bowen se cuela por las rendijas de una ventana cerrada con reluctancia para
tomar una muestra del aire enrarecido que se acumula en las habitaciones, el
peso muerto de una atmósfera que se resiste a refrescarse. Mediante la
contraposición de dos individualidades, que oscilan entre el enfrentamiento y
la alianza, y el grupo que representa aquello que han perdido o quieren perder,
capta toda la complejidad de un momento de ruptura, de cambio. Ese punto de luz
que intenta abrirse paso entre la oscuridad polvorienta para dejarla atrás.
LA EMBOSCADA.
Elizabeth Taylor.
A veces las
relaciones pueden compararse con una batalla, con un asedio y, en algún momento
dichoso, con la firma de un armisticio. O, como en este cuento, con una
emboscada. No una trampa de seducción, sino el entramado acechante de una tela
de araña, de esas que ahogan con gran delicadeza. Hay una historia de amor o,
mejor dicho, la hubo; y ahora hay una pérdida compartida entre seres muy
diferentes con sus diferentes modos de enfrentarse a ella y, además, con sus
nuevos planes de futuro.
Con el aire y el
ritmo de una historia de intriga (lo cual es, en cierta manera), Taylor va
desenvolviendo las escenas mientras mantiene, en el fondo, una tensión
subyacente a la aparente historia de la pérdida que va creciendo hasta llegar a
ese final ambiguo y peligroso. Porque la pérdida real de que se trata no es
simplemente la de un ser amado sino una aún más íntima: la de la propia
integridad.
BANDADA. Doris
Lessing.
Hay algo de
claustrofóbico en esta historia que comienza en un palomar y se encierra en el
reducido espacio de la mente de un anciano de ideas fijas, y eso a pesar del
vuelo de las palomas que él cría allí. Muy breve, intensa y ominosa, se carga
de significantes simbólicos que juegan en el borde de las palabras,
amplificando el alcance de cada instante en la acción y la intención anidada
por debajo.
En pocas pero
ajustadas palabras, Lessing cuenta mucho más de lo que escribe. El amor
obsesivo de ese abuelo por la nieta a punto de alzar su propio vuelo concentra variedad
de matices, desplegados poco a poco, rebullendo con una sensación incómoda que
se termina de estallar en la emoción, implícita como todas las demás, del
clímax final. Y arrolla.
Me gusta de Munro
esa especie de aparente atonía que, de pronto, se descubre llena de notas que
rompen suavemente la contención, como el compás de un bajo al dejarse oír,
cuando sabes desprenderte de todo lo demás. Esa forma de ir añadiendo líneas a
la melodía que la dotan de profundidad.
Las relaciones truncadas,
el sueño del amor y los errores cometidos tienen por sí mismos una fuerza
dramática que no necesitan aditamentos que pudieran convertirlos en una
tragedia facilona. Forman parte de la vida común y uno siente un dèja vu ante su carácter recurrente
pero, cuando se componen para conformar una singularidad, cobran su propio
sentido, al mirar atrás.
Libro del amor y de la pérdida. Historias del
corazón.
Selección e
introducción de Georgina Hammick.
Editorial Lumen,
1997.
Traducción de Enrique Ibáñez (Love and Loss. Stories of the Heart).
1, 2, 3 y 4. Todos apuntados, maldita.
ResponderEliminarUn abrazo
Toma ya! Chulísima entrada.
ResponderEliminartengo pendiente en casa la biografía de Elizabeth Taylor, me interesa. No sé si podré hacerle hueco pero..
Besos.
Las pérdidas nos hacen avanzar. La gente que se aferra tanto a los sentimientos, personas, cosas, situaciones, etc, a veces los convierte en una cadena pesada que les impide progresar. Hay que soltar amarras, ¿verdad? Lo malo son las pérdidas que no podemos controlar. Maravilloso artículo, Bea. Tu prosa va creciendo por momentos. Es un placer leerte .
ResponderEliminar¡Vaya joya de libro Zazou! Todas las autoras de la antología me parecen excelentes. Algunas como Bowen y Taylor ya han pasado por m mano, otras Lessing y Munro todavía están esperando y no hay derecho a hacerles ese feo. Tenerlas a todas juntas en el mismo libro es una maravilla. Mil gracias por descubrírmelo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me matas. Siempre que vengo aquí, salgo con una lista....
ResponderEliminarbesos
Parece un gran libro que me puede gustar, pues me encantan los libros de relatos. Me lo lelvo anotado. Sólo leí un poco, y hace tiempo, de Doris Lessing, y de Munro tengo un par de libros en casa sin leer aún.
ResponderEliminarbsos!
Ana: Bowen ha pasado al estante de "quiero leer todo lo que pille", como Munro. Taylor me desconcierta a veces. Lessing... bueno, esa es "palabras mayores". Y yo también te quiero.
ResponderEliminarBuscando: ¿La de Nicole Bauman? ¿Está traducida al castellano? No me importaría leerla.
Eva: Esto... no sé si me confundes... (¿Bea?) Pero gracias, de cualquier modo. Y sí, las pérdidas pueden hacernos avanzar, como lastre que se va soltando, aunque a veces constituyen un peso por sí mismas, cuando el dolor arrecia.
Marie: Es un gran libro. Hace muchos años que lo tengo y me apeteció releerlo, aunque fuera a plazos. Resulta una selección espléndida.
Agniezska: Je, je, je... Espero que sea una "pequeña muerte", sobre todo si lees a alguna de estas autoras.
Rossy: Me encanta encontrar a otros amantes del relato corto. Son todas estupendas.
Gracias por vuestra visita. Besucos.