Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Flannery O'Connor y William Faulkner.

Jornadas XLI - XLII: De vuelta al sur
Se piensa en mi tierra que el viento del sur trae aires desequilibrados que alteran el comportamiento y, cuando viene con fuerza, hasta el nivel de suicidios se eleva. No sé hasta qué punto será cierto, pero hay un sur en donde no me extrañaría que nacieran esos vientos de locura, no siempre pasajera, o quizá otros igual de perturbadores. Un sur que alberga historias inquietantes y personajes grotescos, y voces igual de peculiares capaces de acercarnos a ellos. Un sur lejano, a veces demasiado extraño a nuestros ojos, pero capaz de atraernos hacia su oscuridad. Un sur evocado a través de películas y narraciones que, a menudo, se llenan con la tonalidad del desasosiego. Ese sur que suele seducirme y al que ya he viajado antes, muchas veces, y al que no me canso de volver.
Este regreso al sur ha estado marcado por la soledad, una soledad que no por ser compartida muerde menos, probablemente incluso lo hace más, y por la alienación propios de los personajes de O’Connor y Faulkner, que siempre tienen un algo de marginales. Son seres formados con la materia más oscura de la tierra a la que se aferran y enfrentados al mundo con sus emociones incompletas y a veces demoledoras.
Estructuralmente diferentes, estos dos cuentos se enlazan por el nexo temático del resentimiento y la incomprensión. Si en “El negro artificial”, Flannery O’Connor nos habla de un anciano enfadado con el mundo que vive retirado con su nieto, William Faulkner nos cuenta la historia de una mujer despechada que aísla a su hija, “Miss Zilphia Gant".


Reajustes y propuestas

El tiempo pasa tan rápido que a veces pierdo la conciencia de él y, cuando me detengo a mirar con atención cómo se han ido llenando los lapsos, me sorprendo con lo que hay. Estos reajustes temporales suelen acabar en inventarios, reorganizaciones y, reconozco, algún refunfuño contra mí misma y mi mala cabeza.

De este último inventario han salido algunas deudas que me he ido dejando por el camino el pasado mes (no económicas, afortunadamente, con la hipoteca ya tengo bastante), ya cerradas o en vías de estarlo. Y unas cuantas propuestas para compartir.

Notas de cata: Julian Barnes, Isaiah Berlin, Ernest Hemingway, Santiago Pajares, Elizabeth Strout,

Pausada, inconstante a veces, siempre obstinada; así es la compañía de la lectura. Y en el último mes, bastante variada: las confesiones de un escritor metido a cocinillas, un exhaustivo ensayo histórico, la mitológica memoria de Hemingway, el misterio de unos libros de autor desconocido y un microcosmos de la vida de la gente común. De la risa a la maravilla, todo cabe. Este es el resumen.

EL PERFECCIONISTA EN LA COCINA. Julian Barnes.

Literatura y cocina, una mezcla de lo más atractiva para quienes sienten curiosidad por los entresijos de los mundos de los libros y los fogones. Eso y la recomendación de un amigo, a quien se lo agradezco con una sonrisa tamaño menú largo y estrecho. Porque ese humor socarrón que gasta Barnes aquí se vuelve expansivo y alcanza la abierta carcajada. Mi amigo lo definió como “una especie de monólogo cómico pero más largo y bueno”; una definición bastante acertada.
Seguir la pelea de un escritor metido a cocinillas contra las recetas, muchas veces contradictorias, de los libros de cocina o de otros cocineros es toda una experiencia, te guste o no jugar con las cazuelas. El fracaso ante algunos elaboradísimos platos, la satisfacción de encontrar otros en los que lucirte, la caída de algunos mitos de infancia (la escena de la madre y los guisantes me encantó) o las diversas anécdotas que cuenta, tanto suyas como de varios escritores gastronómicos. Todo encaja y se desliza rápidamente, como el bocado de merengue de limón que explota en el paladar. Y, sí, teniendo en cuenta las similitudes entre escritura y cocina, alguna reflexión sobre literatura aparece. Para saborearla junto a todo lo demás.

Para maridar con: amantes de la cocina, de los libros, del humor… En fin, para cualquiera a quien le pique el gusanillo.

Notas de cata: Will Schwalbe, E.M. Delafield, Philip Hensher, Nell Leyshon, Mary Cholmondeley, Elizabeth Gaskell, Graeme Simsion, Ivan Doig, Terry Pratchett.

A veces uno coge un libro a sabiendas de que le va a gustar y, ya zambullido en la lectura, se alegra de ese pálpito que le ha conducido a ese momento de placer. Es una sensación que no tiene nada que envidiar a la sorpresa de escoger un libro sin ideas preconcebidas y hallar en él un pequeño mundo maravilloso. Los libros de este mes pertenecen, casi todos, a la primera categoría. Quizá me estoy acostumbrando a ir sobre seguro.

EL CLUB DE LECTURA DEL FINAL DE TU VIDA. Will Schwalbe

Partiendo de la dolorosa situación de su madre, enferma de cáncer, Schwalbe consigue contar sus últimos años de vida sin caer en lo lacrimógeno a través de la relación que mantuvieron entre ellos y con los libros. No es tanto un libro sobre la muerte como sobre la vida y la forma en que se puede pasar por ella, sobre integridad, amor y literatura. Y, a pesar de la tristeza, me ha dejado buen sabor.

Una visita a La Maga

No, no he ido a ver a ninguna hechicera o adivinadora. Tampoco me he caído dentro de Rayuela (lo intenté, de jovencita, pero fallé). Sí reconozco que pensé en ambas cuando encontré, a mediados de septiembre, un mensaje en mi buzón de correo remitido desde un evocador Universo La Maga. Este resultó ser, no un mundo paralelo, sino una web cultural de lo más interesante que había incluido este blog en un listado de publicaciones culturales sobre libros. En serio. Y me proponían hacerme una pequeña entrevista para su sección Mundo Literario. Como no sé decir que no (o, por lo menos, me cuesta mucho hacerlo) y agradecida por su atención, acepté.


Aquí os dejo el enlace a esta visita virtual a Universo La Maga para que, sintáis o no curiosidad por las preguntas que me plantearon, podáis daros una vueltecita por la página, que merece la pena. 


Vamos a contar cuentos

Cuando éramos pequeños, la mayoría de los cuentos que nos gustaba escuchar antes de dormir (o a cualquier hora del día, en realidad) comenzaban con aquel clásico «Érase una vez…» que nos aguzaba el oído y creaba expectación. Nos arrellanábamos en el sitio (cama, sofá o alfombra) y abríamos los ojos como si no tuviéramos párpados, en un gesto que parecía ampliar la capacidad de absorción de la historia, porque aquellas historias no solo se escuchaban, sino que se absorbían, se sentían, se vivían.

Durante la infancia, me contaron decenas de cuentos y yo me dediqué a leer otros tantos (o, probablemente, más). Luego, a medida que fueron llegando otros niños a mi entorno, empecé a ser yo quien contaba los cuentos para entretenerlos. Esa “Reina de las nieves” imponente que siempre me fascinó, la tradicional “Bella Durmiente” acosada por su suegra-ogra, aquellos hermanos cisnes que me iniciaron en los mitos celtas, relatos homéricos o de “Las mil y una noches” un tanto reajustados y cualquier otro que me gustara, adaptado la audiencia del momento. A veces, incluso, me atrevía a inventármelos. Y a lo largo de estos años he intentado mantener vivas todas esas antiguas historias, y otras que no lo son tanto, en los niños que me han acompañado.

 La librería a la vuelta de la esquinaAl crecer y hacernos adultos (me abstendré de emplear el término «madurar», porque muchos de nosotros quedaríamos excluidos), esos cuentos van cambiando en la forma y, solo en cierto modo, en el contenido. Y si digo «en cierto modo» es porque los temas ancestrales no han cambiado tanto; son los usos y costumbres, la superficie expresa, lo que se ha visto transformado por el paso del tiempo, mientras que ese fondo que habla del amor y la muerte, de las inquietudes que mueven al ser humano, por más que se recubran de símbolos, permanece. Hoy, sin embargo, ya no nos los cuentan al calor de la lumbre (o más bien del radiador): los leemos nosotros.

Me voy a permitir la licencia, ahora, de retomar esa buena costumbre narradora y, aunque no podáis oírme ni verme interpretar las escenas, os voy a contar un cuento que habla de cuentos:


Érase una vez, hace no mucho tiempo, en una brumosa tierra virtual cuyas fronteras se pierden junto a un horizonte difícil de alcanzar, una alquimista de palabras que un día decidió invitar a un acto de creación a varios compañeros del gremio. Reunió a diez invitados: nueve, además de ella, crearían una historia y un décimo presentaría el resultado final. Tras un verano de verter ideas y palabras en sus crisoles y retortas, se grabaron las frases destiladas. La alquimista anfitriona, ayudada por los compañeros más expertos, modeló el recipiente que las contendría y, llegado el momento, traspasadas las puertas del otoño, salieron del laboratorio para dar a conocer la obra final.

En este cuento hay once cuentos y, en cada uno de ellos, hay una librería, uno de esos pequeños paraísos para los amantes de los libros, que albergan tantas historias por conocer. Y su título es:

LA LIBRERÍA A LA VUELTA DE LA ESQUINA.

«Diez autores y once relatos rinden un espléndido homenaje a librerías, libreros, libros y lectores. Policíacas, misteriosas, románticas, fantásticas, realistas... historias extraordinarias con el protagonismo indiscutible de una librería siempre única, como la imaginación de quien la describe y la habita, de quien la dota de personajes y llena sus estantes de libros raros y maravillosos para que el lector se pasee por entre sus prometedores estantes. Por estas páginas transitan encantadoras investigadoras, clásicos que cobran vida, libreros excéntricos, herencias librescas, detectives suspicaces, acertijos de siglos pasados, palabras mágicas que conjuran hechizos olvidados, James Joyce, Hemingway, una dragona y hasta el mismísimo señor de las tinieblas.
Entra, lector, ponte cómodo y respira sin prisas el aroma de la literatura bajo el tenue polvo de sus estantes. Traspasa el umbral de estas librerías, eres más que bienvenido.»

Prologado por MientrasLeo, editora del prestigioso blog Entre montones de libros, y con diseño de portada de Javier Morán Pérez “Mork”, es fruto de una feliz iniciativa de la escritora MónicaGutiérrez Artero.  

Estas son las piezas que lo componen:

La típica librería - Belén Barroso
Un cadáver en la librería - Ana Bolox
El colmado de papel - Javier de Ríos
Ítaca / La maleta - Alejandro Gamero
Nicte - Rebeca C. Garin
La desaparición del librero de la luna - Ana González Duque
El té de los viernes en Moonlight Books - Mónica Gutiérrez Artero
Satán en una pequeña librería - Aránzazu Mantilla
El sueño de Camelia - Desirée Ruiz
La puerta - JAP Vidal

Si queréis saber más, lo encontraréis en  este enlace,
En edición digital por ahora, y con un precio especial de lanzamiento, 
próximamente estará también disponible en papel.
Solo me queda decir: muchas gracias, Mónica, por la propuesta,
y a los participantes -Belén, Ana B., Alejandro, Rebeca, Desirée, José-  por el entusiasmo,
en especial a Ana G. y Javi, guías más que espirituales.

Seguiremos informando… y contando. Que no nos falten los cuentos.

¿Y a vosotros os gustan los cuentos?

¿Y las librerías?
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