Unos días atrás encontré una opinión acerca
de la novela “La delicadeza” de Foenkinos que me dejó clavada en el sitio. Me
gustaría decir que, al leerla, levanté irónicamente la ceja izquierda para
mostrar mi perplejidad de forma elegante, pero no fue así: levanté ambas cejas
a un tiempo, sin pizca de elegancia y con bastante asombro. El motivo principal
por el cual se había sentido defraudado el lector era, ni más ni menos, que la
historia tenía poca acción. Lamentable falta en una historia sobre relaciones y
sentimientos, sin duda alguna. No se puede conseguir una buena novela intimista
sin el aderezo de un crimen, sangriento a poder ser, o un bombardeo
pormenorizado.
Se me ocurren unas cuantas historias que
adolecen del mismo defecto. “Cinco horas con Mario”, por ejemplo, ese fiasco
tremendo. Páginas y páginas plagadas de inactividad, durante las cuales Delibes
prefiere entretenerse en la precisión del lenguaje en lugar de dotarlas de un
poco de dinamismo, tal vez haciendo explotar el ataúd. El cumpleaños de “La
señora Dalloway” habría resultado mucho más entretenido si, para amenizar la
fiesta, hubiera contratado algún payaso que resultara ser un monstruo de
pesadilla. Eso hubiera enriquecido de forma clamorosa las corrientes de pensamiento
con que Woolf entorpecía la novela. No se comprende “La náusea” si no la ha
provocado el descuartizamiento de un sinnúmero de cuerpos víctimas de una
guerra de guerrillas o un atroz atentado de los enemigos de la civilización. A
saber en qué estaba pensando Camus. Y el desequilibrio mental de la
protagonista de “La campana de cristal” no es lo suficientemente tortuoso
mientras no se haya convertido en una asesina en serie. ¿Qué sabrás tú de la
locura, Sylvia Plath?
Tienes razón, anónimo lector aburrido. No hay
nada mejor para mostrar los recovecos de la mente de los personajes que
hacerlos moverse de un lado a otro, con ritmo desenfrenado, no vaya a ser que
se acartonen y dejemos de creer en ellos. Avanzan, hablan, comen, follan, matan
y mueren antes de que pares a tomar aliento. La lentitud es una marea peligrosa
en la que puedes zozobrar y ahogarte. Debe haber acción.
Acción. ¿Qué es, exactamente? Si lo buscamos
en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, nos encontramos trece
acepciones del término a secas, más otras tantas en las que la palabra forma
parte de una expresión. Las que aquí interesan son:
1. f.
Ejercicio de la posibilidad de hacer. 2. f.
Resultado de hacer. (…)
5. f. En las obras narrativas, dramáticas y cinematográficas, sucesión de acontecimientos y peripecias que constituyen su argumento.
5. f. En las obras narrativas, dramáticas y cinematográficas, sucesión de acontecimientos y peripecias que constituyen su argumento.
Y, como parte de una expresión: de ~: loc. adj. Dicho
especialmente de una película o de otra obra de ficción: Que cuenta con un
argumento abundante en acontecimientos, normalmente violentos, que se suceden
con gran rapidez.
Visto esto, me temo que la última definición
ha contaminado a las primeras y, cuando hablamos de acción en una narración
literaria o cinematográfica, de inmediato se piensa en enredos, intrigas, sexo,
persecuciones, peleas, asesinatos… Cuando, en realidad, al hablar de la acción
de un libro nos referimos a lo que ocurre a lo largo de las páginas, porque
siempre ocurre algo, aunque sólo sean pensamientos dentro de la cabeza de un
único personaje. Otra cosa es el ritmo de esa acción. Los hechos que se narran.
Las reacciones que provocan. La agilidad o el estatismo del argumento.
En “La delicadeza”, por cierto, hay acción,
pues se suceden los hechos y las reacciones, aunque no sea una novela ‘de acción’. Los actos vienen dados por
los sentimientos y articulan las relaciones con que se arma la narración. Los
personajes se mueven, respiran, viven. Aman. Y esa es la esencia de la
historia. Una historia muy bien contada, además.
Vamos a ver, alma cándida, usa el sentido de
la lógica: la inacción puede ser falta punible en una novela de John Grisham o
de Stephen King, pero no lo es en un tratado sobre el budismo. Es como decir
que a un bodegón le falta movimiento. A eso, de toda la vida, se le ha llamado
perogrullada.
Por cierto, querido lector, te daré un consejo: no
leas “Oblòmov”.
Hay que reconocerle cierta razón al lector. Si el protagonista hubiera pedido prestada la recortada a "tu Susana" y hubiera entrado en la oficina descerrajando tiros a la manera que tú y yo hemos imaginado alguna vez que otra, la novela hubiera tenido más vidilla.
ResponderEliminarEs broma, me ha parecido una novela deliciosa, haciendo honor a su título.
No había captado la broma... ;)
EliminarPues no creas que una versión de "La delicadeza" por estos lares no sería mucho más briosa. Se resolverían las dudas a mandobles, jejeje.
Me encanta tu manejo del lenguaje y la ironía, acción y reacción sin sangre por medio.
ResponderEliminarYo acabo de terminar la novela y debo decir que me ha encantado. No necesito más "acción", para imaginarme la relación tan "delicada" de los protagonistas. Además si se metiera más acción dejaría de ser ella misma. Para acción ya tenemos otras novelas....
ResponderEliminarDebo decir que acabo de terminar la novela La delicadeza y yo no necesito más "acción" para imaginarme la relación tan "delicada" de los personajes. Además si le meten más acción rompería todo el encanto de la misma.
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