Jornadas XXXV - XXXVI:
Desde una especial perspectiva.
Es preciso mirar
desde el lado adecuado para tener las mejores vistas, que no siempre son las
más bellas o las más amplias, sino esas que dan a los objetos un sesgo
peculiar, quizá incluso defectuoso, que alcanza a resaltar matices que, de otro
modo, quedarían desenfocados. Es como ver a través de un cristal roto con sus
grietas, sus esquirlas y sus prismas, y esa solidez fragmentada que puedes
intentar tocar a través de un agujero, aunque lo más probable es que te cortes
al hacerlo. Y es que el romper la distancia necesaria distorsiona la percepción
de los objetos.
Hay un ángulo de
visión óptimo, si bien no es el mismo para cada ojo y no siempre, no todos,
somos capaces de mirar desde allí y captar la sutileza de esos matices, y mucho
menos de describirlos o recrearlos. Algunos afortunados (o desdichados) han
recibido el don (o la maldición) de saber situarse en el punto exacto para ver
la forma tras la forma y reproducirla después. Sienten la luz en la piel, y la
recogen, y en cierto modo la reflejan, y la usan para pintar con los dedos del
pensamiento sobre un lienzo que rara vez está en blanco, pues casi siempre hay
un vago vestigio, la huella de una sombra.
La literatura es una
especie de pentimento multitudinario, un lienzo donde todos han ido dando sus
pinceladas y, con ellas, han cubierto otras anteriores, o simultáneas, o
incluso posteriores porque allí el tiempo discurre de manera desigual,
errática. Imágenes superpuestas y múltiples miradas que a veces discurren en
paralelo, o confluyen, o se pierden en el vacío. Y hay quienes, con
deliberación o no, coincidieron al elegir el ángulo de visión (aunque nunca
será el mismo, en realidad, pues dos cuerpos no pueden ocupar un solo espacio).
Miradas coincidentes
o muy aproximadas, como las de Eudora
Welty y Truman Capote en algunos
de sus cuentos: en «Por
qué vivo en la Oficina de Correos» y «Mi
versión del asunto», por ejemplo.