Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Dorothy Parker

Jornadas XXX y XXXI: La soledad de las parejas.

Para la disección de un cuerpo se precisa un bisturí afilado y una mano con buen pulso. Para la disección de un carácter o de una relación, son el filo y el pulso de la mente los que trabajan y en esto Dorothy Parker fue realmente buena. La mordacidad que despliega en sus cuentos es lo bastante aguda para poner en evidencia lo que hay de absurdo en la gente, rozando a veces la parodia sin llegar a caer en la caricatura. Por sus escenarios burgueses y urbanitas, dibujados con escasos y finos trazos, personajes que parecen corrientes se detienen para que la señora Parker los desnude y nos los muestre sin tapujos, revelándonos de paso facetas que, a veces nos damos cuenta, forman parte de nosotros mismos. Ese sentido del humor tan cáustico, a veces feroz, le sirve para envolver el patetismo del alma humana y consigue despertar, al mismo tiempo, la sonrisa maliciosa y una especie de sensación piadosa, incluso de identificación, con el trasfondo trágico detrás de cada historia.


“La soledad de las parejas” es una de las selecciones de cuentos de Dorothy Parker que publicó Ediciones B hace veinte años y su título, aunque no se corresponde con ninguno de los relatos, refleja la atmósfera que rodea las relaciones que aparecen en ellos (no sólo las de pareja, por otro lado). En estos veinte años he releído en varias ocasiones estos cuentos (además de los de “Una dama neoyorquina”, la otra selección que se editó entonces) y quizá por eso me vinieron a la cabeza hace poco, tras presenciar una escena protagonizada por una pareja, más bien dos. Pensé en la ambivalencia de la conjunción de palabras de este título, en que las parejas embelesadas están solas con respecto a los demás mientras las parejas que no se avienen son dos soledades enfrentadas, y en lo fácil que es caer de uno a otro lado.

Parejas

Todas las parejas tienen altibajos. No es tanto una ley natural como una realidad inevitable. Cualquier forma de convivencia está sujeta a las imperfecciones de sus partícipes, a los roces y los desacuerdos, y en la unión de dos independencias suelen tropezar los egos.


Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Isak Dinesen.

Jornada XIX: Sabores exóticos.

Cuenta Carson McCullers en sus memorias que admiraba tanto a Isak Dinesen que temía un encuentro en persona y sentirse defraudada pero, cuando al final la conoció, en un banquete de la Academia Americana de Artes y Letras, quedó encantada además de sorprendida al saber que ella había solicitado sentarse a su lado. De allí surgió un posterior almuerzo entre ambas y Marilyn Monroe, a quien Dinesen también deseaba conocer, además de su entonces marido Arthur Miller. La escritora danesa habló de su vida, de su época africana y de su antiguo amante Denys Finch-Hatton y, según McCullers, «Marilyn se sentó y escuchó mientras Karen hablaba, y Karen era una raconteur par excellance»1.

Lo era. La baronesa Blixen, Karen Christentze Dinesen de soltera, Tanne o Tanya para sus íntimos, Isak Dinesen para los lectores, era una narradora nata con una fabulosa capacidad de evocación que la llevó no solo a las puertas del premio Nobel, sino al universo de lo mítico.

«Se ponía mucho kohl y abundante brillo en los labios. Su apariencia era más conscientemente artificial de lo que yo esperaba, pero pronto me acostumbré y me quedé con una impresión de absoluta naturalidad y encanto»2, escribió McCullers. Era 1959, entonces tenía setenta y cuatro años y una delgadez extrema, se tocaba con turbantes y se alimentaba de ostras y champán.

«En verdad llevamos máscaras según vamos envejeciendo, las máscaras de nuestra edad, y los jóvenes creen que somos como parecemos, lo cual no es el caso»3, dijo ella.



Hoy se la recuerda sobre todo por sus libros autobiográficos “Lejos de África” y “Sombras en la hierba” o, más bien, por la exitosa película basada en ellos “Memorias de África”4, donde se recrea su vida en su plantación de café en Kenia. Yo me quedo con los libros.

Publicó además poesía, ensayo, novela, cartas y cuentos, recogidos en varios volúmenes. De uno de ellos, “Anécdotas del destino”, llega este relato que también fue llevado al cine5.

Lo breve y lo efímero

A veces me pregunto si mi debilidad confesa por lo breve estará relacionada con esa perla de sabiduría popular que los cortos de estatura usamos para crecernos, “La buena esencia en frascos pequeños se guarda”, y otros dogmas de fe en forma de máxima que sirven de lenitivo; eso y una posterior extensión de la idea al resto de ámbitos vitales. Explicaciones más peregrinas se han dado para razonar lo irrazonable. O tal vez el contagio se produjera a partir de la querencia por el verbo desatado que devino en amonestaciones debidas al agotamiento auricular o lector, según los casos. Algunos conocimos a Baltasar Gracián, antes de que el programa de estudios nos lo presentara, gracias a la buena voluntad de quienes trataron de inculcarnos el concepto de síntesis (o, como solían decir con la expresión facial un tanto descompuesta, “ve al grano y no te enrolles”).

Fuera como fuera, el aprecio por lo breve fue un aprendizaje que culminó en pasión desaforada o quizá en obsesión y vicio, que al fin y al cabo vienen a ser lo mismo. No es que haya despreciado las relaciones largas, nada más lejos, pues he tenido amores que se dilataron en el tiempo y las páginas y me supieron llevar a un éxtasis de persistencia turbadora. Sin embargo, la intensidad que me ofrecieron los amantes de una sola noche alcanzó cotas de explosiones y seísmos que llegaron al desmoronamiento de una petit mort. Una intensidad así ha de ser breve, porque una eternidad intensa la imagino insostenible, exuberancia sin límite que termina por ahogar.   

Amores cortos en extensión, largos en memoria. Ese beso que te rindió aún permanece, aunque durara un minuto, y sientes todavía la sombra de ese aliento que te recuerda su existencia. Ese momento pequeño, redondo y exacto que sigue latiendo en el recuerdo, que carece de la rápida muerte de lo efímero.

Amantes pequeños que se hicieron grandes.

Amé profundamente a Raskólnikov y a Sonia después de convivir con ellos largos días que no quise que acabaran pero amé también, con indecible ternura, a ese joven soñador enamorado sin remedio de Nastenka durante cuatro noches blancas. Acompañé con entusiasmo a Anna y Vronsky en la insensatez de su pasión pero caí, llena de admiración, junto a Ivan Ilich para recorrer a su lado ese solitario camino que lo llevaba a la muerte. Perseguí a la gran ballena blanca, impresionada por su fuerza, pero fue la negación del escribiente Bartleby la que me fascinó. Sentí la infelicidad de la condesa Olenska y Newland Archer ante la imposibilidad de su unión pero la trampa vital de Ethan Frome me atrapó con su cepo.

Me enamoré de ese pequeño príncipe de un asteroide que veía elefantes engullidos por serpientes y alcanzó la universalidad en un vuelo inmortal. Del joven pescador de perlas que tuvo que devolver al mar la perla que le dejó desgracia en lugar de riqueza. De esos primos judíos que, de Estados Unidos a Alemania, se intercambiaron cartas que acabaron en paradero desconocido. Del alma de la música que unió a Marin Marais y Saint-Colombe mediante la viola, todas las mañanas del mundo. De la lluvia que no dejaba de caer mientras Sadie Thompson se perdía para siempre. De la venganza de una adolescente hacia su madre por no poder asistir a un baile. De la trágica revelación del primer amor para una niña introvertida. Del espacio propio y libre que es el jardín alemán de Elizabeth. De las relaciones extrañas que se cantaron en la balada del café triste. De los fantasmas de locura que dieron una vuelta de tuerca a la soledad de una institutriz. Del joven poeta que aprende el arte del haiku y sueña con nieve. Del deseo a ritmo lento, en moderato cantabile, de una mujer hundida en el tedio. Del titiritero y el niño roto en una fiesta al noroeste.


Historias de amor con finales felices, al menos para mí en cada uno de nuestros encuentros. Muchas, lo sé, pero ¿qué queréis? Soy literariamente promiscua. 


Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Machado de Assis

Jornada XVIII: Esos clásicos del fondo.

Hoy no se oye mencionar a menudo el nombre de Joaquim Maria Machado de Assis, pero fue una figura señalada de la literatura del XIX: poeta, dramaturgo y narrador que inició la corriente del realismo brasileño y fundador de la Academia Brasileña de las Letras. No son malas credenciales. Sin embargo, como tantos otros clásicos relegados en pro de lo novedoso y lo llamativo, sus libros hay que buscarlos en los estantes menos accesibles a la vista.

Cuando Machado de Assis dejó a un lado el romanticismo de sus primeras obras para adoptar el realismo, le dio una voz potente y personal que bebía tanto de la realidad como del cinismo. Ese mismo cinismo que viste los tres cuentos recogidos en este pequeño volumen.



Tres piezas espléndidas veteadas de su humor sardónico, un poco ácido y un poco negro. Las tres recomendables, aunque me detendré en la última de ellas.

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Jane y Paul Bowles

Jornadas XXVI y XXVII: Relaciones difíciles

Cuando se habla de parejas de escritores, siempre me vienen las mismas a la cabeza, supongo que por la complejidad de unas relaciones que a veces se llevaron tanto protagonismo como los propios escritores y, por ello, colaboraron en la creación del mito. Como Paul y Jane Bowles. Inquietos creadores y viajeros, su relación fue compleja en el sentido más primario de la palabra porque, efectivamente, estaba compuesta de varios elementos: el matrimonio, la bisexualidad y una leal amistad que duró toda la vida.

Compositor, escritor, traductor y articulista, Paul era un creador versátil que, en lo literario, dejó testimonio de su agitada vida entre las páginas de sus novelas y relatos, en poemas, diarios de viajes y memorias, y además varias piezas musicales y óperas.

La obra de Jane, sin embargo, se reduce a una novela, un volumen de cuentos y una obra de teatro que, en su estreno, resultó bastante controvertida. Me pregunto hasta dónde hubiera llegado si la enfermedad y ella misma no hubieran frenado su talento narrador.

Al lado de los nombres de algunos de sus amigos, como Truman Capote o Tennessee Williams, hoy parecen haber quedado diluidos en el maremágnum de la memoria literaria. No lo merecen. Sus voces, muy diferentes y unidas solamente por el apellido y esa peculiar forma de amor que compartieron, tenían mucho que decir. A mí me gusta escucharlas.

Resultado del sorteo de herederas

Por fin ha llegado el momento de que las dos herederas que se sortean sean adjudicadas y entregadas en adopción. 


¡Y ya era hora!, diréis. Con toda la razón del mundo lo diréis. Después de tantos días de espera durante los cuales, como la desaprensiva que soy, he tenido a las participantes temblando de impaciencia. Oía el clamor de las quejas ante mi tardanza… aunque luego me di cuenta de que el clamor sonaba sospechosamente parecido a una multitud coreando “Thunderstruck” en lugar de mi nombre y salía de mi propia tele. Ya me extrañaba.  

Lo cierto es que habéis sido muy pacientes conmigo, así que paso a recordaros la lista de puntos y números para el sorteo, según había quedado:

- C.F. Durá: 2 puntos - números 1-2
- Agniezska: 3 puntos - números 3-4-5
- Saramaga: 2 puntos - números 6-7
- M. Mercé: 3 puntos - números 8-9-10
- Minea Halcombe: 1 punto - número 11

Y, seguidamente, a informaros de que los números ganadores han sido el 1 y el 8, es decir, C.F. Durá y M. Mercé (va de iniciales la cosa).
Ya solo queda ponernos en contacto para que, a no mucho tardar, 
podáis recibir los libros en vuestra casa.
Muchas gracias por vuestra participación y espero que os divirtáis con la lectura 
tanto como lo he hecho yo. 

Notas de cata: Lou Andreas-Salomé y R.M. Rilke, Wilkie Collins, Fernando G. Pañeda, Julio Llamazares, Edgar Neville, Katherine A. Porter, Thomas Wolfe.

Aunque sin dejar de lado la risa (algo casi imposible en mi caso), este mes ha sido más variado, tanto en género como en estilo: cartas, novelas, ensayo (que aún no he terminado), humor, amor, literatura… Y aquí dejo el resultado.

CORRESPONDENCIA. Lou Andreas-Salomé – Rainer Maria Rilke.

Breve pero intensa, esta colección de cartas entre estos dos escritores es una pieza destinada a quien desea conocer un poco del tormentoso pensamiento del poeta, siempre que se tenga curiosidad por adentrarse en estos caminos asilvestrados. Confieso que soy una de esas admiradoras compulsivas que disfrutan, no solo de la obra de sus favoritos, sino también de su vida, motivaciones y todos esos pequeños detalles que rodean su creatividad.

Para maridar con: curiosos, mitómanos, fetichistas literarios.

SEÑORA O SEÑORITA. Wilkie Collins

Entre la intriga folletinesca y la comedia de enredo, esta obrita de Collins utiliza tipos y tópicos conocidos:  el galán encantador, el villano malísimo, la muchacha inocente, el amor imposible y los matrimonios de conveniencia… Todos los elementos para construir una historia entretenida con algunos momentos, incluso, divertidos (como el baño en el mar del héroe), aunque le falta garra. Me gusta el punto irónico; la solución fácil, no.

Para maridar con: quienes necesiten una lectura rápida y amena.


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