Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Carson McCullers.

Jornada XXV: El peso de la infelicidad.

Al mirar fotografías de Carson McCullers tengo siempre la sensación del peso de su mirada, una mirada en la que, aun apareciendo sonriente, lleva consigo una carga de infelicidad. Quizá por eso en sus novelas y cuentos supo retratar tan bien la insatisfacción de las almas hambrientas y magulladas.

Sus personajes tienen también esa mirada famélica de amor, de reconocimiento, de algo que a veces ni ellos mismos saben qué es, y uno casi se contagia de su desamparo cuando los acompaña. Porque infelicidad no es lo mismo que tristeza sino, más bien, la incapacidad para ser feliz o para creer que se pudiera serlo. Una barrera que, a veces, pone nuestra propia conciencia. Una inercia contra la que cuesta luchar.

Muchos de los protagonistas de los cuentos de McCullers están en la edad en que el hambre parece imposible de saciar y manotean en medio de la desesperanza, o contra ella. Como la joven Constance, con sus pulmones enfermos y su inquieto corazón. Esta Constance que tiene algo de autobiográfica. Constance mirando al cielo e intentando respirar.

Niños en el tiempo. Ricardo Menéndez Salmón

Hablemos del amor, pero no del amor romántico e idealizado sino de ese sentimiento confuso que enlaza y separa a la gente de un modo que, a veces, resulta demasiado caprichoso.

Hablemos del amor en general y de alguna de sus formas en particular: del amor de pareja, que surge de repente y se trunca cuando menos se espera; del amor a los hijos y su naturaleza fiera y desesperada; del amor al arte, esa expresión idealizada del deseo de eternidad; del amor a uno mismo, que no siempre coincide con el amor propio; y también del desamor, no como final sino como carencia.

Hablemos, porque las dificultades vienen cuando callamos; y callamos demasiado.

Las tres historias que componen la novela están recorridas por silencios y ausencias, una línea espiral que orbita alrededor de la línea del tiempo, una sucesión de ondas superpuestas de las cosas que no se dicen. Sostenida en el largo compás que lo contiene todo, una nota negra y redonda: el dolor.

Esta forma triangular de la novela, tan angulosa y de nexos subterráneos, resulta un tanto desconcertante a ratos por la aparente independencia de sus partes, por esos cambios que parecen rupturas. La cohesión es, en realidad, interna. Atada al tema de los de los hijos y su ausencia; y de la literatura como creación, también. Una indagación sobre el sentido de la pérdida.

«La noche más triste nunca es la primera. Pero la primera noche triste es la más larga de las noches tristes por vivir, aquella en que la extensión de la herida se muestra infinita.»

Introspectiva y delicada, con un cierto toque de arritmia que permite tomar distancias, acaricia aunque no arrebata; te deja espacio para pensar.



Esta lectura es una de las tres elegidas para el reto Serendipia Recomienda y llegó recomendada por Rustis, del blog Rustis y Mustis leen

Esto es nuevo aquí: voy a sortear herederas…

Pues sí, a pesar de que no frecuento sorteos y nunca los he organizado, hoy me lanzo a sortear dos ejemplares del libro “Confesiones de una heredera con demasiado tiempo libre”, de Belén Barroso (la divertidísima Loqueme, de Lo que me ahorro en psicoanálisis).



¿Y por qué ahora? La razón es sencilla: porque quiero que el Club de Lectura que organiza Planeta de Libros sea de lo más animado y divertido.

El club de lectura comienza el próximo 29, así que tenéis hasta entonces para apuntaros y comunicarlo en un comentario.

Si además lo compartís en Facebook o en Twitter, tendréis un punto adicional por cada uno.

El sorteo será a nivel nacional y se celebrará a partir del 1 de julio.


¿Os animáis?

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: David Sedaris.

Jornada XXIV: Recurrir al humor.

No es solo cuestión de recurrir a esa sonrisa necesaria para darle unos cachetes al decaimiento sino de utilizarlo día a día, hacerlo formar parte de nuestro modo de entender la vida. Estoy convencida de que sin sentido del humor la esperanza de vida se reduce. No sé si hay pruebas empíricas que lo corroboren, ¿pero no os habéis fijado en cómo sonríen las personas que estiran los años con vitalidad? Además, una sonrisa seduce siempre más que un ceño, a no ser que el seducido sea poco más que un alma en pena. Hasta el Diablo tiene sentido del humor y, probablemente Dios (o no se explica que no haya hecho una pelota con su creación para tirarla a la basura en lugar de quedarse viendo cómo hacemos el ridículo, tal vez con un bol de palomitas en la mano).

Ser adicta a poder terapéutico de la risa en todas sus variedades, incluso las más oscuras, me empuja a curiosear cualquier forma de vida u objeto al que le hayan pegado (o, incluso, apenas rozado) la etiqueta del humor. No puedo evitarlo. Eso fue lo que me dejó pegada durante largo rato a la contraportada de este libro en el mostrador de novedades de una librería*:



Sí, desde luego, a primera vista la cubierta parece siniestra y, lo confieso, eso también capta mi atención. El caso es que lo cogí, lo ojeé y, cuando lo devolví a su sitio, se me quedó la tentación arañándome ese rinconcito caprichoso (o gran rincón, en mi caso) de la conciencia más inconsciente. Caprichos para que os quiero. Evidentemente, acabó en mis manos. A los pocos días. En la Feria del Libro de Madrid. Y ya está empezado.

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Dickens, Harland, Crackanthorpe.

Jornadas XXI a XXIII: Amar en tiempos victorianos.

Fue tan largo el periodo en que la reina Victoria ocupó el trono británico que en él caben varios capítulos de historia y, en lo literario, la lista de escritores y sus diferentes estilos es lo bastante prolija para satisfacer gustos muy diversos.

La antología “Cuentos de amor victorianos” recoge veintidós relatos de otros tantos autores unidos por el tema del amor, o por una cierta noción del amor que se desarrolla de distintas maneras. Veintidós, nada más y nada menos. Para pasar una temporada disfrutando de su visita, entretenidos con las vistas largo rato .  

En esta ocasión, he vuelto a pasear junto a tres de ellos cuyo nexo común es enfrentarse al amor no correspondido: la forma en que se encare puede marcar el destino.

Notas de cata: Belén Barroso, Jen Campbell, Sören Kierkegaard, Luis Magrinyà, T.F. Powys, Marcel Schwob, Marguerite Yourcenar.

Este mes ha estado marcado por el humor, al menos en buena parte de mis lecturas: sardónico, absurdo, sutil e incluso didáctico. El humor es un sentido, para mí, vital que nos ayuda a ver el lado ridículo del mundo y diluir toda esa parte oscura con la risa necesaria para sobrevivir. Una buena dosis de sentido del humor, otra de sentido común y esos dos apéndices que hay al final del brazo hacen maravillas si uno se lo propone.

No, no me voy más por las ramas. Aquí os dejo las catas:

CONFESIONES DE UNA HEREDERA CON DEMASIADO TIEMPO LIBRE. Belén Barroso.

Por resumirlo en una palabra: hilarante. De principio a fin. Y cuando digo principio me refiero, literalmente, a las primeras frases. Desde ese momento se nos pone un escaparate de todo lo que, a través de los libros, sabemos de la sociedad burguesa rural de la Inglaterra del siglo XIX y, tras cada modelo o tópico, la acotación mordaz y la consiguiente sonrisa. El homenaje a Jane Austen está claro; la parodia de los usos y comportamientos de la época, aún más.

El estilo epistolar es un acierto, en mi opinión, y en la visión del panorama a través de los ojos de la protagonista (y su, ejem, entendimiento) y la que nos concede a nosotros reside la mayor parte del encanto de la novela. Ahí y en los preciosos dibujos que aderezan las páginas. Acompañar a esta heredera por su búsqueda del matrimonio (que no del amor) y conocer a la panoplia de personajes curiosos que la rodean ha sido un bocado picante, deliciosamente picante.

Para maridar con: quienes quieran sonreír, reír y disfrutar de la burla amable.

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