Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Ignacio Aldecoa.

Jornadas XVII y XVIII: Dos miradas sobre la realidad.

Me he quedado dos noches en la misma estación para poder pasear con sol y con lluvia y ver los días con vestidos diferentes aunque, por debajo, no cambie de piel. Porque la realidad es una; lo distinto es la forma de mirarla.

Ignacio Aldecoa, magnífico cuentista y cronista de la realidad española de su época, la miraba de frente y la contaba sin tapujos, con sus miserias, su drama y también su comedia. Y con mucha elegancia, además, en cualquiera de sus formas.

SOLAR DEL PARAÍSO.

«El cántaro roto guarda en su fondo una cucharada de luz solar y la sombra, al moverlo, la devora, la circunda, la aprieta y la hace flotar.»

El mundo en que se desenvuelven los habitantes del arrabal burlonamente llamado Paraíso se resume en este cántaro: roto, con su cucharada de luz solar al fondo y esa sombra que juega con ella, caprichosa.

El drama suele componerse de pequeños detalles oscuros frente a la coloratura más intensa de la tragedia: sencillo, tal cual es, sin la épica de lo grandioso. Así retrata Aldecoa las pequeñas roturas de la vida común, una vida que se sobrelleva a veces a trompicones. No faltan unas gotas de ironía, ese humor inherente a la desgracia que sirve para distanciarla, hábilmente salpicada en las cuidadosas caracterizaciones.  

Por su claridad, por su contención, por su redondez ha sido siempre uno de mis cuentos favoritos de Aldecoa, y lo sigue siendo cuando lo releo.

EL SILBO DE LA LECHUZA.

Todo empieza con un “aquelarre con merengues” que deviene en “aquelarre con lelo resignado” y hay intrigas, venganzas, noches de cementerio, un toque de locura e incluso algo parecido al amor… ¿Una historia gótica? No, para nada.

En un cambio de registro, esta historia muestra la sociedad de una ciudad de provincias con un tono personal que combina el costumbrismo y la sátira de manera admirable y te despierta la sonrisa, línea tras línea. No hay piedad en el dibujo ni en el dedo que señala. Y merece la pena detenerse en ellos: en el dibujo y en el dedo.


Ambos relatos forman el pequeño volumen editado por el grupo Santillana, en la colección Relato corto Aguilar, en 1996.


Si no queréis contentaros con un aperitivo, os recomiendo sus “Cuentos completos”, publicados por Alianza Editorial. Yo me hice con la edición de bolsillo (en dos tomos) apenas terminé de leer estos dos. 



Y sigo viajando de cuento en cuento...

3 comentarios:

  1. Ignacio Aldecoa, su mujer y viuda luego, Josefina, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio... pertenecientes y compañeros de la misma generación literaria, la del 50, escribieron unos magníficos cuentos que merecen ser leídos y no caer en el olvido.
    Un abrazo, Zazou

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  2. De acuerdo con Juan Carlos, la generación del 50 está poblada de buenos cuentistas. Aún así, no me imaginaba a Ignacio Aldecoa contando un cuento gótico...

    La realidad es una. Pero no es estática ;)

    Un abrazo

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