Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

Ex libris. Confesiones de una lectora, de Anne Fadiman.

Anne Fadiman se confiesa en este libro como lectora pero, además, es editora y escritora y proviene de una familia íntimamente imbricada con las letras, lo cual hace de ella una conocedora de primera mano del maravilloso y loco mundo de la literatura. Compuesto por pequeños artículos, este pequeño volumen constituye toda una declaración de amor a los libros y todo aquello que lo rodea y cualquiera que crea sentir lo mismo debería leerlo y buscarse en él.  

Encontrarlo fue uno de esos accidentes que ocurren a veces. Era un completo desconocido al que encontraba por primera vez y, en un primer vistazo, mantuve una prudencial distancia por si era uno de tantos. Lo miré con frialdad durante solo un instante y, de pronto, surgió el flechazo. Parecía tan interesante que tenía que ser mío, no podía dejarlo escapar. Y lo atrapé. Y ahora pasa conmigo muchas noches, desde hace casi quince años, si no entre mis manos al menos tan cerca como para oír mi respiración.

¿Qué es lo que tiene para haberme enamorado de esta forma? Ay, la pasión es tan difícil de explicar con palabras. Si tuviera que escoger una sola, creo que sería “vida”. La vida de los libros, la que hay en ellos y todas esas que nos concede mientras los leemos. Anécdotas y reflexiones, envueltas en una mezcla de ternura y comicidad, en las que lo literario se entrelaza con lo personal hasta conformar una sola corriente, tan llena de energía que te arrastra con ella. De cómo una pareja alcanza el matrimonio de sus bibliotecas, el entusiasmo por las palabras largas (sesquipedales, el descubrimiento de un término), lo que se hace y no se hace con los libros, el lector de erratas y el de catálogos, los libros de segunda mano, la lectura en voz alta… El repertorio es amplio y el sentido narrativo tan bueno como su humor.

En varios de estos pequeños ensayos tuve que detenerme a recuperar el aliento, luciendo una sonrisa enajenada, de tan identificada que me sentía con Fadiman. Señales comunes o gestos diferenciales para marcar a esta peculiar especie que somos los lectores. Nada hay que se pueda desperdiciar en estos textos.

Desde aquel primer contacto que nos dejó unidos para siempre, hemos compartido muchas horas, tantas que el tiempo ha ido dejando su huella en él. Algún pasaje me viene de pronto a la memoria, a veces sin saber por qué, y acudo a recuperar la sensación. O simplemente lo abro al azar, a ver qué sonrisa me va a provocar la página que encuentre, porque sé que la sonrisa va a estar siempre.


Ex Libris. Confesiones de una lectora.
Anne Fadiman

Alba Editorial, 2000.
Título original: Ex Libris (1998)

Traducción: Isabel Ferrer Marrades 

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: de Oates a Turguenev.

Es frecuente que en los viajes uno tropiece a veces con imprevistos que se intentan resolver o, si solucionarlos se hace imposible, te obligan a modificar el programa: cambiar de medio de locomoción, retrasar un enlace o variar el itinerario. Cuando dependes de otros para efectuar tu labor, es inevitable que sus actos te afecten. Una vez superado el momento, sin embargo, retomas el trayecto y haces los arreglos pertinentes.

Así pues, ante las dificultades de sacar adelante el cuaderno de bitácora durante la jornada precedente, hube de limitarme a guardar las notas para reunirlas con las correspondientes a esta semana en una única entrada.

Jornada V: Entre amor y obsesión.

Mi único contacto con la afamada Oates se reduce a esta nouvelle de cien páginas de letra holgada, ilustraciones inquietantes y contenido intenso. No he leído más de ella (aunque es algo que quiero hacer), pero en esta lectura he caído dos veces y estas son mis razones:

EL PRIMER AMOR. Joyce Carol Oates

Me atrae lo oscuro (metafóricamente hablando), por lo que este libro me gritó desde el subtítulo “Un cuento gótico” de esta edición española y en ningún momento me defraudó. Me gustan las historias de iniciación, de esa transición desde la infancia a la edad adulta en que la inocencia se pierde o se convierte en una trampa. Me fascina la capacidad de recrear con las palabras justas una atmósfera febril y encerrarla entre las tapas de un libro. Me conmueven los personajes que se escapan de las páginas para susurrarte sus vidas al oído y, durante la lectura, te tocan el hombro, la mano, el alma.

Miedos infantiles, relaciones generacionales, el poder de la obsesión, la revelación de un mundo… todo aquí contenido y vibrando con tensión acumulada. Y una escritura que desgarra.


Sobre los beneficios del frío... o no

Por estas coincidencias que la vida te trae, al sistema de calefacción y agua caliente de mi edificio le ha dado por romperse pasado fin de semana, sí, este que parece haber sido el más frío del invierno (y quizá de unos cuantos más). Friolera como soy, no es extraño verme aterida unos nueve meses al año, más o menos, pero encontrar al costalero tiritando es algo bastante infrecuente. Definitivamente, era el fin de semana de sofá, manta y horno por excelencia.

Dicen que las duchas frías son recomendables porque despiertan y estimulan. No lo voy a negar pero no son para mí, gracias. Con practicarlas cuando no me queda otro remedio ya tengo suficiente. Supongo que con “estimulación” se refieren a la motriz, porque ponerme bajo un chorro de agua helada solo me motiva a dar saltitos mientras me mojo para aclararme el jabón o a corretear, una vez fuera, bien envuelta en la toalla. La estimulación mental, en mi caso, se queda reducida al tamaño de un grano de escarcha: sólo soy capaz de pensar en cómo diablos me calentaré.

También está la cuestión sobre los efectos conservadores del frío. Los frigoríficos son estupendos para ralentizar la degeneración de los alimentos, pero no estoy por la labor de meterme a dormir en uno como si fuera un vampiro polar. Si me degenero me da igual; de eso trata la vida, al fin y al cabo, de crecer y decaer sucesivamente. Lo de la criogenización está por demostrar, así que, mientras tanto, me remito al antiguo lema de Adolfo Domínguez: la arruga es bella.

Podría pensarse que el frío promueve, de algún modo, la cultura cuando te acurrucas en el sillón, arrebujadita en tu manta de pelo, con una bebida caliente al lado y un libro entre las manos… o, lo que es más habitual, frente a la tele encendida. Y entonces recuerdas la frase Groucho Marx sobre televisión y cultura*. Con tanto frío, no hay ganas de levantarse y mucho menos de salir de casa, pero es fácil defenderse de esa Circe tras la pantalla con buena música en los auriculares y el libro, sí, ese que no falte.

Cierto es que el fin de semana es muy largo para pasarlo atrincherado y el cuerpo pide aire fresco. Sientes ganas de contestarle como al niño que discurre jugar en el alféizar de la ventana: ¡quieto ahí! Cedes, sin embargo, porque la necesidad de respirar es inevitable, y cuando pones el pie en la acera y tu nariz recibe ese soplo de aire fresco, fresquísimo, gélido a rabiar… ¿Valiente? No, temeraria. En ese momento más que en ningún otro, te reprochas lo loca que estás.

El frío será beneficioso, no lo voy a discutir, pero tampoco generalicemos. Desde luego, no es mi caso. A mí, dadme una estufa, una chaqueta de lana gorda y una taza de té humeante. Así pertrechada no me importa el frío, casi lo agradezco, porque ofrece la mejor excusa para un rato placentero.




*”La televisión ha hecho maravillas por mi cultura. En cuanto alguien enciende un televisor, voy a la biblioteca y leo un libro”. Todo un ejemplo a seguir.

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Guy de Maupassant.

Jornada V: Hipocresía al desnudo

Entre los primeros cuentistas que admiré y que, aún hoy, releo con la misma emoción está Guy de Maupassant, autor de vida corta e intensa que supo viviseccionar la sociedad de su época con agudeza.

Esta semana regresé a uno de mis cuentos predilectos, una parada ineludible a la hora de diseñar esta ruta:

BOLA DE SEBO. Guy de Maupassant.

Bola de sebo es el apodo de una “mujer galante” que viaja en compañía de un grupo de gente “de bien”, huyendo de la invasión prusiana de Normandía de 1870. Invasión descrita en las primeras páginas con tanta concisión como expresividad y que recuerda, de algún modo, a la que sucedería setenta años después.

«A cada puerta llamaban pequeños destacamentos, luego desaparecían en las casas. Era la ocupación después de la invasión. Comenzaba para los vencidos la obligación de mostrarse amables con los vencedores.»

En medio del viaje, la actitud hacia la prostituta va cambiando según las circunstancias a las que se enfrentan y ahí es donde se centra la historia: dobles miradas, raseros que cambian como la veleta a merced del viento, la mezquindad humana presentada con toda la crueldad de la que somos capaces en medio de nuestro egoísmo.

Por sus actos los conoceréis, dicen, y es cierto. Por los actos de cada personaje se nos muestra su temperamento para que los miremos a los ojos y los juzguemos o, tal vez, nos veamos.


Este cuento está incluido en el volumen:

“Mademoiselle Fifí y otros cuentos de guerra”
Guy de Maupassant.

Alianza Editorial, 1990.
Traducción: Esther Benítez.

Cóctel invernal para entrar en calor

La nota dominante de este comienzo de año parece ser una combinación muy invernal: frío y gripe. La segunda, ya la he pasado; el primero va conmigo con frecuencia exasperante, pues soy friolera a rabiar. Pero para uno y otro hay una medicina que, si no los remedia, al menos ayuda a paliarlos o, al menos, entretenernos mientras duren: un libro. O varios libros, la dosis dependerá de la necesidad de cada uno.

Para entrar en calor con la lectura, este año me he animado a dos retos propuestos por sendos blogs porque son bastante fáciles de seguir (o eso espero, no vaya a despistarme como ya me ha pasado antes). El primero es Serendipia recomienda, que ya comenté en otra entrada y para el que, por fin, he decidido los tres títulos que leeré. El segundo, de Carmen y amig@s, anima a leer obras clásicas escritas por mujeres y, en una primera etapa (para este año), las que fueron publicadas entre 1678 y 1850.
Serendipia recomienda 2015


De la lista reunida al final de todas las recomendaciones, las tres seleccionadas son:
“Stoner”, de John Williams, de la lista de Trotalibros.  
“Niños en el tiempo”, de Ricardo Menéndez Salmón, de la lista de Rustis.
“El paso de la hélice”, de Santiago Pajares, de la lista de Marilú CuentaLibros.

Terminé por escoger estas porque hace tiempo que las tengo pendientes de leer, llorando polvo en los estantes, y este es el empujoncito final, pero no serán las únicas lecturas que coincidan con las recomendadas en el reto. Hay más libros, entre los mencionados, que están esperando turno desde hace más o menos tiempo. A medida que los vaya leyendo, los mencionaré también en la entrada correspondiente.
El reto de Carmen y amig@s 2015


No pensaba apuntarme a ningún otro reto para no sentir la respiración de los plazos en el cogote, pero al ver la selección de títulos de Carmen no me pude resistir a apuntarme a leer uno de ellos: “El castillo de Rackent”, de Maria Edgeworth. Es de los pocos que, de entre esta lista, no he leído todavía a pesar de estar en la estantería, entre “El vicario de Wakefield” de Oliver Goldsmith y una enorme edición de las novelas de Jane Austen en inglés. La obra es breve, así que espero no demorarme con ella.  

Vuelta al año en 52 (o más) cuentos: Ana María Matute

Jornada IV: Infancia y miseria.

Ana María Matute escribió para la infancia, sobre la infancia y desde la memoria de la infancia y siempre me fascinó su agudeza a la hora de captar todas sus facetas, porque la infancia sólo es un paraíso perdido en la zona iluminada de nuestros recuerdos. Sus niños y adolescentes transitan por una realidad que parece a punto de quebrarse (en ambientes rurales, los difíciles años de la posguerra), moviéndose entre la miseria y una esquiva especie de magia, con una mirada sensible a la que no le queda más remedio que dejar de ser ingenua.

Mi viaje, esta pasada semana, me llevó a ella e hice escala en un puerto de conmovedora belleza:

LOS DE LA TIENDA. Ana María Matute.

Un comienzo descriptivo y modulado que desemboca en un final despiadadamente amargo. En medio, unas pocas páginas embebidas de la atmósfera de la miseria en toda su extensión: de la pobreza a la mezquindad. Hay realidades que no dejan mantener la inocencia de la infancia y eso lo retrata Matute, como siempre, de forma magistral. En su prosa aparentemente sencilla hay un hechizo especial, un lirismo sutil que late entre las palabras, de principio a fin, de ese que te hace temblar las pestañas.

Siempre me gustaron las novelas de Ana María Matute pero los cuentos, esos maravillosos cuentos, nunca me dejan de enamorar.

Este cuento está incluido en el volumen “La Virgen de Antioquía y otros relatos” (Narrativa Mondadori, 1990).

Notas de cata: Louisa M Alcott, Leslie Jamison, Milan Kundera, Pilar Lou Martín, Fernando Roye.

Un comienzo de año variado y desigual en lo lector: desde el siglo XIX hasta la actualidad, de Europa a Estados Unidos, con una predominancia española que no suele ser habitual en mis lecturas. Esto último es bueno: explorar la tierra propia y probar sus frutos, hay mucho que degustar.  

UN CUENTO DE ENFERMERA. Louisa May Alcott

Un entretenimiento, principalmente, que tras varios coqueteos con lo folletinesco acaba por llevárselo a la cama para darse un revolcón con él. Con los estereotipos de los que partía –joven pobre y guapa trabajando para una familia rica pero infeliz, frente a un pariente de atractivo mefistofélico–, era fácil caer en ello. Lo mejor: su protagonista, una mujer fuerte a pesar de sus circunstancias, y retratada con realismo por la pluma a veces demasiado amable de Alcott. Lo peor: el tratamiento de los capítulos finales, que no el final (otro me hubiera defraudado demasiado). Hay una cierta tendencia a caer del lado sentimental y melodramático que, personalmente, ayuda a desinflar mi interés. ¿Me ha disgustado? No, pero me ha resultado insuficiente.

Para maridar con: quienes gusten de la novela de intriga con tintes góticos y románticos.  

EL ARMARIO DE LA GINEBRA. Leslie Jamison

No es el qué, es el cómo. Historias de alcoholismo hay muchas, eso no es original. Familias desestructuradas, secretos dolorosos, fracasos y traumas para atormentar. Vidas erráticas que buscan el hilo de Ariadna para salir de su laberinto. No es nuevo, no. Está ahí, formando parte de lo cotidiano. Pulsiones, compulsiones. Todos estamos hechos de ellas, todos guardamos migajas de frustración y búsquedas, a veces sin sentido, en nuestros bolsillos. Nos construimos con ello, o a pesar de ello, o por encima de ello. O nos destruimos. La vida no es justa, el mundo no es justo; nosotros tampoco somos justos. Pero hay que vivir o, al menos, existir. Manoteamos para no ahogarnos en medio de una existencia de la que no somos conscientes de haber escogido, en qué momento, por qué.

Ésta ha sido mi lectura del mes: este recuento de seres perdidos, de ataduras del pasado, de enigmas que se esconden de uno mismo. A veces dura, a veces lírica, a veces da un paso de más. Quizá porque había puesto muchas expectativas, al terminar sentí que le faltaba algo. Solo al cabo de los días me di cuenta de lo que era: mi objetividad. Así que la he recogido para ponerla en su lugar y, ahora, se ve más. Con toda su poesía de la realidad. Bella, oscura y dolorosa. 

Para maridar con: quienes no teman caminar por el lado amargo de la vida cotidiana.

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