Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

Primavera inestable

Suena un tanto redundante porque la primavera es inestabilidad, si no por definición al menos por una suerte de pensamiento consuetudinario. Cualquier anomalía sufrida o perpetrada en estas fechas la achacamos sin reparos a la primavera, cajón de sastre para los desastres, como si no tuviera ya bastante responsabilidad sobre los desmanes de nuestros cuerpos viles. Astenia, alergias y sarpullidos brotan a capricho para cambiar el ritmo de unas vidas que se habían acomodado a las rutinas del invierno. Uno ya no moquea por un vulgar catarro sino por una reacción a la exuberancia estacional. Espléndido. Los cambios son buenos. Debe de ser por eso que la primavera los propicia: la naturaleza bulle, los días se alargan, la gente se altera… Sí, quizá sea éste uno de los síntomas más llamativos de la “primaveritis aguda”, la alteración del ánimo. Y este año estamos sufriendo un caso de especial agudeza, se diría.

En lo particular, diríase que esta estación canalla está cebándose con nosotros. No lo he investigado (confieso mi falta de rigor, pero es lo que tienen las improvisaciones) pero no me extrañaría que los negocios farmacéuticos y parafarmacéuticos hubieran levantado sus cifras de venta gracias a los antihistamínicos, los inhaladores, las pomadas, los compuestos vitamínicos, etc. No sé vosotros pero a ésta que suscribe, por mucha agua que beba, la congestión y el picor de ojos no se le quitan tan fácilmente. Y el desánimo que acompaña el madrugón de cada mañana, tampoco. Claro que este último es lógico. Asistir día tras día a este circo que nos acompaña es para desanimarse. ¿O no?

Parece que en lo general también andamos de primavera exacerbada. Calentita y discutida, como poco. Se empezó con más suavidad de la que podría haberse dado, habiendo una campaña electoral de por medio. Sin embargo, resultó descafeinada. Hubo intentos de animarla pero se quedaron en eso, en intentos, absurdos como riñas de colegio. Que si tú eres tonto, que si tú más, que si tú me perdiste el balón y yo te voy a romper el patinete… y simplezas por el estilo. No cabía esperar otra cosa, siendo como son nuestros políticos expertos en el juego del “y tú más” y teniendo en cuenta el carácter secundario que, por lo visto, se le da a unos comicios europeos. Como si Europa fuera un ente ajeno a nosotros, situado en una galaxia muy, muy lejana, y no tuviera influencia en el devenir cotidiano. Se nos olvida que el Imperio tiene armas poderosas; Darth Merkel no deja de respirarnos en el cogote.

Entonces nos sucedieron las elecciones. Apareció el balón y le dio al dueño un golpe en la cabeza, el patinete derrapó cuesta abajo hasta estrellarse contra una pared. Uy, qué dolor. Y la banda del patio se alborotó toda. Los enemigos comunes crean extrañas alianzas, así que se volvieron todos contra ese niño nuevo que se atrevía a correr por su esquinita del recreo, jugando a su manera. Y salieron los matones a relucir. Qué mezquinos son los malos perdedores pero aún peor resultan los malos ganadores, sobre todo cuando la ganancia es pobre. Porque, no nos engañemos, al final es lo que buscan: un botín (con minúsculas, adviértase, aunque con mayúsculas también sirve) gratificante. Y que ese mequetrefe que apenas tiene media bofetada se haya hecho hueco en el rincón duele, duele mucho.

Así andábamos todavía, a vueltas con la primavera post-electoral y los picores de tanto sarpullido, cuando eclosionó un nuevo huevo de Proserpina. Nos levantamos un lunes con toda nuestra congestión y, antes de habernos limpiado las legañas, otro arrebato público: el rey abdica, viva el rey. Así, sin anestesia ni nada. La principesca crisálida (no, igual que no hay miembras no hay crisálidos) se convertirá en breve en una mariposa monarca y expandirá sus alas sobre su reino… Un momento, un momento. Este aleteo revoluciona el polen y provoca reacciones sumamente alérgicas que se extienden por los cuatro puntos cardinales. Los corazones republicanos dan rienda suelta a sus deseos que, aún hoy, parecen tener algo de utópico. Ah, pero sin utopía, ¿qué sería de nuestros sueños, de esa búsqueda de un mundo ideal? Probablemente nos estancaríamos. Así que soñamos, buscamos, luchamos con palabras —aunque a veces surgen cafres, pues los hay en todas partes, que dejan las palabras a un lado para perder la razón con la sinrazón de sus manos—. Y seguimos esperando.

Mientras tanto, en los mentideros se murmura sobre el repentino movimiento y los próximos acontecimientos. Que si el descalabro de unos ha propiciado la huida hacia delante de los otros, que si la preparación de uno y la imagen de la otra, que si gustan o si no. Todo el país convertido en un programa de cotilleo en el que los moderadores se mantienen entre bambalinas, controlando la coreografía. En los camerinos, se organiza el acto principal con la debida discreción. ¿Cuánto costará todo ese atrezzo? ¿Seremos capaces de vitorear tanto dispendio en medio de tanto ajuste discriminado?  Mi memoria caprichosa me trae, una y otra vez, la escena de la coronación de Buttercup en “La princesa prometida” y me pregunto si habrá, en esta ocasión, alguna lúcida bruja que se atreva a gritar «¡buh, buh!».

Quienes sí gritan, todavía, son los justamente indignados por los agravios que siguen cometiendo esos dirigentes de boca grande, mente pequeña y dedo tieso. Esos que pisotean derechos y promueven las desigualdades. Esos mentecatos que utilizan el insulto a modo de argumento. Esos hipócritas que acusan a destajo sin reconocer sus propios fallos. Esos pusilánimes incapaces de confesar sus culpas. Esos déspotas que pisotean al débil para acallarlo. Esos malnacidos que están jugando con el hambre de los niños… Porque aquí no hay excusa. Los niños son sagrados. Y esa caterva de hombres y mujeres que han perdido honor y honra han llegado al extremo de utilizarlos. No les bastaba con las corruptelas, los engaños y  la cobardía. Ni les bastará, mientras sigan siendo los reyes del mambo. Esto es más que una primavera loca.

Ahora se nos olvidará o, al menos, se desdibujará porque llega, en esta recta final, el desequilibrio que siempre agarra por las vísceras: el fútbol. Negocio y espectáculo antes que deporte, esta primavera ha enloquecido del todo y nos ha dado un final de temporada de los que califican de trepidante, de partido del siglo o incluso del milenio. Y, por si fuera poco, ahora “El Mundial”. Un mundial sacudido por otros sarpullidos que también intentan ser soslayados antes que solucionados. Pero somos favoritos, mujer, por lo menos los vigentes campeones.  ¿Quiénes, si no, van a ser nuestros héroes? ¿Los científicos, los filósofos u otra especie sin relevancia?  Después de todo, el fútbol es el nuevo dios. La voz potente tras la que se esconde el sacerdocio monetario, el que realmente gobierna todo. Poderoso caballero. Cuando él estornuda, nosotros moqueamos.

Entre tanto agente alérgeno, no encuentro antihistamínico que nos deje respirar. Esta congestión nos va a durar. Y me temo que voy a necesitar muchos pañuelos para sobrellevar esta puñetera primavera. 


7 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Yo también tengo atragantada esta privamera, pero tendremos que resistir que las amenazas son muchas y si te distraes para estornudar te quitan el sitio.
    Un abrazo

    PD. El tal Charlie es mi hijo, sin darme cuenta había comentado en su nombre.

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    1. Je, je, estos cambios de identidad ;-)

      El problema de distraerse no es quedarse sin sitio, es el golpe que te llevas. Pero habrá que lidiar con todo ello y a ver si se puede hacer algo.
      Besos.

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  3. Me ha gustado mucho como nos has relatado el desmesurado "brote primaveral" que nos afecta a todos.

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    1. Y lo que nos rondará, morena. Ya te digo que me veo con la alergia a lo largo del verano.
      Besos.

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  4. Genial, divertida y aun así, descarnada descripción de esta singular primavera que estamos viviendo.

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    1. Y ruidosa, está siendo muy ruidosa, ¿no crees? Como el zumbido de las abejas. Qué molesta ;)
      Un beso.

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