Querida Wendy:
¿O debería decir “Querida señorita
Darling”? Porque eres toda una señorita, siempre lo fuiste. Desde el momento en
que cosiste la sombra de Peter, con ese resabio de madre en miniatura, te
mostraste como la futura mujer que llegarías a ser. A pesar de la tentación de
la eterna infancia del país de Nunca Jamás. Ya guardabas ese ápice de madurez
embrionaria que parece anidar en toda mujer, no sé si de forma natural o por mor
de la educación que alimenta nuestras costumbres, desde tan pequeñas. En tu
época era aún más acusado, porque solo te preparaban para ser el corazón del
hogar, y a ti te prepararon muy bien.
Te escribo porque… no sé, no
estoy segura. Creo que la primavera me pone melancólica y últimamente pienso
mucho en el paso del tiempo y todo ello me trajo a la cabeza la forma de
enfrentarse a ese paso que tuvisteis Peter y tú. Tan diferentes. Tú te pareces
a tu madre, manteniendo en un rinconcito del alma esa niña soñadora y reservada
año tras año, pero sin renunciar a evolucionar hacia el futuro que se va
convirtiendo en presente. Esa sonrisa dulce, ese beso contenido en la comisura
a la espera del depositario idóneo. Aprendiste a crecer porque sabías que no
podías aferrarte a la niñez para siempre y, aunque ya no puedes volar, todavía
recuerdas cómo se juega. Cuidadoso equilibrio de la imaginación y la
inteligencia.
¿Sigues echando de menos a Peter
cuando llega la limpieza de primavera? Yo creo que sientes una pizca de
nostálgica envidia cada vez que él llega a buscar a tu hija, y a la hija de tu
hija, si no se olvida y se le salta un año. Esa desmemoria egoísta tan propia
de él. ¿Te acuerdas de su horror al descubrir que habías crecido, aquella pena
por perderte? Le duró tan poco. En un instante te cambió por tu hija, sin dolor
alguno. Él solo quería una madre: alguien que velara por él, que lo amara y lo
entretuviera sin pedirle nada a cambio. Y, como niño que era, solo apreciaba lo
que tenía delante de los ojos. Ni siguiera agradeció tu comprensión.
Tú y yo sabemos que Peter es así,
que no puede evitar esa insensibilidad de la que tantas veces son capaces los
niños (también yo he visitado Nunca Jamás y he volado con él). Y, aunque no
siempre lo disculpemos, terminamos por perdonarlo. Esa chispa de alegría
irreductible forma parte de su encanto. Es la que nos hizo enamorarnos un poquito.
Sé que eres feliz en tu vida
adulta, Wendy, y que el recuerdo de esas maravillas de la infancia no empañan
esa felicidad presente sino que lo atesoras, preciado cofre de sueños, para
abrirlo cuando lo necesitas y regocijarte con él. Tu serenidad al crecer es
envidiable. Quizá se deba a que eres capaz, aún, de ver las hadas. Es una
hermosa capacidad, no la perdamos.
Me despido por ahora, querida
amiga, pero algún día volveré a escribirte. Me gusta compartir contigo este
sentimiento de inevitabilidad ante el tiempo y hacerlo con una sonrisa.
Te mando un dedal lleno de
cariño.
Z.